El Jardin Plume

El Jardin Plume

Creado en 1996 por Sylvie y Patrick Quibel, le Jardin Plume sumerge sus visitantes en una pintura vegetal en perpetuo movimiento, cuyos colores evocan de forma continua el tiempo que transcurre de la primavera al invierno. Como Alicia en su camino hacia el País de las Maravillas, es imposible imaginar la frondosidad de este jardín sin antes haber pasado por la pequeña puerta de entrada. Una vez que se atraviesa, un momento de pausa en el mirador es inevitable para apreciar, desde lo alto, el diseño de este magnífico jardín.

Abiertos a la sorpresa

Abiertos a la sorpresa

Con sus rectilíneas perspectivas que conducen hacia el paisaje circundante, sus cuadrados perfectamente dibujados, sus bojes bordados y ornamentales, sus encantadores setos, hayas y, más recientemente, espinos tallados así como su estanque reflectante, este jardín expone el plan clásico de un jardín común y corriente del siglo XVII diseñado a la francesa. Antes de su transformación, este terreno de 3,5 hectáreas estaba ocupada por un vergel, un pastizal para ovejas y, bajando hacia el bosque, por una pradera destinada a los terneros. Con el fin de glorificar lo que quedaba del antiguo vergel, algunos manzanos fueron plantados para ir marcando de forma regular la perspectiva principal del jardín.

Plantas en libertad… bajo supervisión

Una impresionante ola tallada en los bojes se impone ante la mirada con la misma potencia que La Ola de Hokusai. Su estructura parece contener la exuberancia aérea de las gramíneas en conjunto con la multitud de florecimientos de las plantas perennes y anuales que alegran el primer jardín bautizado Jardin Plume – cuyo conjunto le debe su nombre. Es ahí donde queda revelado el gesto creativo, único e innovador, englobando toda la originalidad y encanto de este jardín clásico y contemporáneo a la vez.

Movimiento y luz de las gramíneas

Movimiento y luz de las gramíneas

Sylvie y Patrick Quibel son los primeros franceses en revelar el potencial ornamental de las gramíneas, sea por sus trazos gráficos, su talento para capturar la luz o incluso la gracia que tienen al moverse en la más sutil de las brisas. Omnipresentes en el conjunto del jardín, ellas se expresan en toda su diversidad. Desde la desmesura de los Miscanthus conformando el claustro que resguarda el estanque a los cuadrados de hierba salvaje del vergel, desde la apasionante Melica uniflora albida, cuyas blancas inflorescencias se elevan tal y como una bruma suspendida en el aire, pasando por los pequeños Agrostis tenuis que, una vez florecidos, se transforman en una neblina rosada, estas gramíneas provienen de alrededor del mundo entero. Aquí, nos invitan a un viaje imaginario que empezaría por las Grandes Llanuras de Norte América, continuando hasta las praderas euroasiáticas y norteafricanas, antes de volver para formar una fantástica armonía en el Jardin Plume.

Las tres estaciones de florecimiento, ¡y aún más!

En cuanto a las plantas perennes, anuales y otras bienales, su disposición viene de la paleta de un pintor puntillista en tanto que cada una de ellas ha sido posada con la misma delicadeza que el color elegido para armonizar con sus vecinas. Orientados hacia el sur, el Jardín de la Primavera, el Jardín del Verano y el Jardín del Otoño están protegidos del viento por la fachada de la casa, pero también por encantadores setos que los bordean tanto al este como al oeste. Cada uno está encuadrado de tres lados por pequeños setos de boj, dejando un lado libre para permitir a las plantas “coquetear” fuera de su cuadro. El pasar de una estación a la otra, o más exactamente, de un mes al otro, se efectúa con suavidad, una vez concluido su florecimiento cada planta queda relevada por otra cuyo florecimiento es más tardío.

A lo largo de los atajos

A lo largo de los atajos

A la manera de los “bosques sorpresa” de los parques y jardines a la francesa, el Jardin Plume aviva la curiosidad del visitante sea por lugares que se dejan adivinar como el Jardín de las Flores enmarcado por una cerca de celosía, así como por los descubrimientos que se desvelan a la sombra del sotobosque tal y como el Sendero de las Adelfillas, pero también el Jardín de los Helechos donde reina el espectacular helecho americano, Woodwardia unigemmata, de persistentes frondas. Este año se ha agrandado el jardín hasta el límite con el bosque, en la antigua pradera de los terneros. Su suelo, más bien pobre, se utilizará para la plantación de una pradera florecida. De momento, sus sinuosos senderos, simplemente segados, invitan a la ensoñación en el silencio y, al antojo de los perfumes de las hierbas salvajes, dejan un sensación al paseante de poder tutear la inmensidad del cielo.

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